15/12/12

Cigüeñas


Seguro que todos recordáis algún momento mágico en que la música de un artista hizo 'clic' en vuestra cabeza. Ocurre de año en año pero, cuando pasa, es infeccioso e inolvidable (insértese comparación aquí).

El prodecimiento suele ser el siguiente: cada vez que sale alguna canción suya en tu reproductor, escuchas unos segundos y pasas a la siguiente irremediablemente. 'No es el momento', te dices. O 'no me acaba de llegar, no sé por qué', pero persistes en la escucha precisamente para averiguarlo, porque fuentes confiables te han dicho que es bueno o porque tienes una corazonada. La puerta de entrada normalmente es una canción especial que parece amoldarse a la realidad particular del instante.

Pues bien, yo me encontré con ese momento, cara a cara, antes de ayer:


Imaginad calles empedradas del centro de Valladolid, conventos, iglesias, luz crepuscular, farolas apagadas, neblina alta, frío intenso, Cadenas de San Gregorio, ambiente de pueblecito invernal y, de repente, decenas de cigüeñas levantan el vuelo y planean en el cielo abierto de la plaza de San Pablo, como si cincuenta sombras chinescas flotaran suspendidas sobre un fondo gris. Aletean lenta y largamente en la misma dirección y el espectáculo es tan bello que no puedo apartar la vista. Me cruzo con un par de chicos que se dan la vuelta sólo para ver qué pasa. Estamos prácticamente solos en la calle.

* * *

A veces pasa con las estaciones, o con estados de ánimo, o con situaciones puntuales. A veces, el momento llega instigado por la ficción. En Les amours imaginaires (2010), del quebecois Xavier Dolan, hay ejemplos por un tubo de magia musical. Os dejo con esta maravilla y recomiendo su visionado completo (disponible con subtítulos en español en YouTube!):


9/12/12

Mañanas de puente


Comprad calidad siempre que podáis. Yo, como no me lo puedo permitir, me he hecho con esta chaqueta de punto de Primark que cumple su función a la perfección, lo que en este caso quiere decir:


1) Darme calorcico cuando hace -2ºC en las calles con niebla de Valladolid.
2) Dormir con ella porque me da perecilla ponerme la parte de arriba del pijama.
3) Despertar llena de amor de chaqueta escuchando mi canal favorito de YouTube y comiendo un chocolate con churros:


4) Echarle por encima unas gotitas de Lady Million, de Paco Rabanne, para dar un paseo por el monte con la familia que deriva en búsqueda de setas infructuosa. Glamour ante todo, aunque una vaya a acabar llena de mier barro.
5) Volver a casa con una muestra de setas dudosas para comprobar su comestibilidad en el antiquísimo libro de mi padre Las Setas. Guía Fotográfica y Descriptiva, de Ramón Mendaza Rincón de Acuña y Guillermo Díaz Montoya (Iberduero), uno de mis favoritos cuando era pequeña. Fue imposible comparar las muestras con las fotos amarillentas. 

22/11/12

SEMINCI Recap Parte 3: Rarezas


Entre una proyección intensa de las que te dejan los ojos rojos y otra de las que te sumen en una flotante sensación de malestar, se agradece que haya en la Seminci un hueco para las bizarradas palomiteras - como la super gore Cronos, de un temprano Guillermo del Toro - o para intros primas-hermanas del teatro del absurdo - como el corto canadiense (a más no poder) The Pedestrian Jar.

Sin embargo, quiero acabar mi personal recorrido por el Festival Internacional de Cine de Valladolid de este año con la maravillosa historia de Marina Abramovic, una rareza en sí misma por la obstinación y la coherencia que la artista ha demostrado durante sus casi cuatro décadas de actividad.

El documental Marina Abramovic: The Artist Is Present realiza un recorrido por la figura indiscutible de la dama del arte contemporáneo combinando imágenes de archivo de sus primeras obras con material grabado durante la preparación y ejecución de su última performance, la más exigente de su carrera: 700 horas frente al público a lo largo de tres meses con motivo de su primera exposición retrospectiva en el MoMA de Nueva York.


Si creéis que las lágrimas del público en este tráiler son una exageración de la autoridad escénica de Marina Abramovic, es que os falta la misma información que a mí sobre las intenciones de la artista antes de ver el documental. La presencia de Abramovic funciona aquí como un espejo que revela el interior de las personas que se miran en él y, lo más fascinante, ese efecto traspasa la pantalla del cine y se contagia a los espectadores.

El momento álgido del filme llega cuando Ulay, compañero de performance de la artista durante su primera época y gran amor de su vida, viaja a Nueva York para asistir a la exhibición y encontrarse de nuevo con ella, cara a cara, después de 30 años.

 Marina Abramovic: The Artist Is Present

La historia de Marina y Ulay no es en absoluto convencional. Ambos nacieron el mismo día y, como si el universo se hubiera conjurado para reunirlos y cumplir así una misión secreta del destino, deciden emprender un camino juntos para encontrar la verdad del ser humano a través del arte de la peformance: su arte. En aquellos años se trataba de una forma totalmente nueva y radical de entender la vida y la obra de un artista, y la llevan a cabo sin remisión: establecen su domicilio en una furgoneta que deambula por toda Europa, tejen su propia ropa, viven con agricultores con los que comparten tareas. La performance no daba para más, pero creían en su poder con todas sus fuerzas.  

Después de diez años en los que "viven tres vidas de una pareja normal" y se consumen con intensidad carnívora, ponen un épico (e icónico) broche final a su relación recorriendo la gran muralla china de punta a punta hasta encontrarse el uno frente al otro. Tras la despedida, ambos prosiguen por separado. 

Me interesa esta parte del relato porque expresa como ninguna otra la grandeza de Marina Abramovic: si su compañero en este mundo ya no quiere explorarlo con ella, la única manera de seguir adelante sola es traspasar todos los límites que marcaba la vida en común. La entereza y valentía que hacen falta para afrontar un escenario de libertad total y aceptarlo como propio me abruman de una forma que no puedo explicar e inspiran mi respeto más absoluto. Yo de mayor quiero ser como ella.
 

14/11/12

SEMINCI Recap Parte 2: De hombres y animales (o la naturaleza del mal)


¿De qué estamos hechos? ¿Qué nos distingue del resto de las criaturas de la tierra? Una cantidad considerable de las películas a concurso este año en la Seminci exploraba estas preguntas fundamentales para el ser humano desde prismas de lo más diversos, aunque una se ha destacado especialmente entre ellas por la contundencia de su relato. Estamos hechos De Rouille et d'Os. De óxido y hueso.

Con un enfoque en absoluto metafísico que, sin embargo, destila trascendencia y una cierta melancolía (Bon Iver tenía que estar en los créditos músicales, claro), Marion Cotillard y Matthias Schoenaerts nos van guiando por una historia de amor nada romántica, marcada por la fuerte personalidad y el difícil destino de los dos protagonistas: ella es la bella entrenadora de orcas de un parque acuático que sufre un accidente que la deja mutilada y él es un aficionado al boxeo en paro que se ve obligado a cuidar de su hijo de cinco años, al que apenas conoce.


De Rouille et D'Os

Después de presenciar este ejercicio de verdad física, tangible y a ras de suelo, el espectador sale de la sala golpeado (casi tanto como los personajes) y con la sensación de haber visto algo realmente bueno: conmovedor y duro, pero no trágico. Pasados unos meses de sufrir el accidente, el personaje de Cotillard vuelve a visitar a la orca que se comió sus piernas. La observa a través del cristal del acuario: no con ira, sino con comprensión y afecto. La idea no fue suya, parece pensar. Está en su naturaleza. Pero los seres humanos podemos elegir. Ésa es la gran diferencia, y así se lo hace saber a Ali, el personaje de Schoenaerts: "Si quieres que continuemos, hay que hacer las cosas bien. Seguiremos, pero no como animales".

El título de la ganadora de la Espiga de Oro de este año, Les Chevaux de Dieu (Los caballos de Dios) se refiere precisamente a esto: al enorme reto de actuar con humanidad - esto es, críticamente - cuando se nos presenta una única salida a una realidad de ruina material y moral. En este caso, una barriada chabolista de Casablanca hace las veces de caldo de cultivo para el fenómeno del terrorismo islámico, pero el escenario que ejemplifica este planteamiento bien podría haber sido la Alemania pre-II Guerra Mundial. Los caballos del Führer, se habría llamado la película.

Lo mismo debe de haber pensado el jurado de esta edición de la Seminci, ya que el biopic sobre la pionera en articular esta sofisticada idea sobre el comportamiento humano, la filósofa alemana Hannah Arendt, se llevó la Espiga de Plata. Enviada a Jerusalén por la revista estadounidense The New Yorker para cubrir el juicio a un alto mando nazi, Adolf Eichmann, la pensadora acabó elaborando una completa teoría sobre la banalidad del mal recogida en varios artículos, que se compilaron después en un libro. Por resumir el tema - tremendamente complejo y, aún hoy, controvertido -, existe un "mal radical", tal como explicó Kant, y una "banalidad del mal", que es la que conlleva la falta de reflexión del que lo ejerce cuando las reglas que rigen sus actos dejan de ser válidas. No es que Eichmann fuera la maldad personificada, sino que se limitaba a seguir órdenes sin cuestionarlas, concluyó la filósofa. En última instancia, Arendt, judía, sería severamente criticada por su excesivo desafecto y falta de piedad hacia sus coetáneos. Esta profunda paradoja motivaría un interés aún más acentuado de la autora por el problema de la naturaleza del mal, que ocuparía su obra hasta el final de sus días.

El visionado de Hannah Arendt se convirtió para mí en un arma valiosísima para comprender de un modo todavía más esencial el conflicto de los trabajadores de Sintel, recogido en un nuevo documental titulado Nosotros. No es ningún secreto que me une un vínculo particular con esta historia: mi padre fue uno de los 1.800 trabajadores de esta empresa (dependiente de un sector, el de las telecomunicaciones, que un día fue público), que fue despojada de todos sus bienes y llevada a la ruina de forma premeditada y fraudulenta durante el proceso de traspaso de poderes del gobierno en el año 1996. La persistencia de mi padre y todos sus compañeros en la lucha adquiere hoy en día cotas heróicas por varias razones. Un emocionado organizador de la Seminci les dio las gracias públicamente por ser un ejemplo de dignidad y germen de movimientos sociales posteriores, como el 15-M. En el coloquio subsiguiente, una chica del público les preguntaba entre lágrimas cómo se puede seguir peleando en una situación en la que las prácticas empresariales y económicas que provocaron el caso Sintel se han generalizado hasta afectar a la práctica totalidad de la ciudadanía de un país. La respuesta de Adolfo, la cabeza clarividente que guía los pasos de los antiguos trabajadores de Sintel, fue exacta: solidaridad, compasión, unión. Para vencer al mal burocratizado (ése tan difícil de identificar) debemos ser más humanos, más conscientes del sufrimiento de los otros.

Por eso me hervía la sangre cuando se supo que La Cinquième Saison recibiría el Premio Especial del Jurado. Este filme echa por tierra todo lo anterior, generalizando el lema "el hombre es un lobo para el hombre" de forma bastante arbitraria. Eso sí, tirando a tope de planos largos, pretenciosos, aburridísimos, para justificar su argumento y, de paso, dar gusto a espectadores cínicos de cuello alto negro y montura dorada.

La Cinquième Saison presenta un idílico pueblecito del norte de Francia cuyos habitantes se dedican a trabajar la tierra, criar animales, comerciar con productos locales y practicar ritos ancestrales para atraer las cosechas y mantener vivo el sentimiento de comunidad. El ambiente recuerda en todo momento a lienzos de pintores flamencos, tal que así:

 Cazadores en la nieve, Pieter Brueghel el Viejo (1563)

Después de las presentaciones de varios personajes clave, la trama se desenvuelve cuando la primavera desaparece por completo y el mundo comienza a desmoronarse lentamente. La trampa está en que no se presenta la aldea como mero escenario de la película sino como un prototipo de la civilización humana visto desde arriba, al microscopio: así viven los hombres, así trabajan, así se relacionan con la naturaleza, así sienten. Independientemente de que la película lleve razón sobre nuestra manera sustancial de comportarnos (se trata de un debate tan viejo como la propia filosofía), no necesitábamos una película así. No ahora que el sálvese quien pueda es el pan nuestro de cada día.

Que la masa tiende a actuar de forma irreflexiva y, por tanto, dañina en circunstancias adversas puede ser cierto, pero me niego a creer que necesariamente tenga que ser así. Ejemplos no nos faltan, tanto en la ficción como en la realidad. Uno más que merece la pena: Little Black Spiders, con una magnífica banda sonora de John Parish que eleva a las protagonistas y al público por encima de las dolorosas circunstancias del filme, basado en hechos reales. Con cierta naiveté, la directora dibuja una historia de amistad y fe en la posibilidad de un futuro mejor. Quizá por eso se escucharon algunos pataleos tras su proyección en el Teatro Calderón. Los que realmente captaron el mensaje respondieron con un fuerte aplauso militante hasta sofocar los golpes de tacón sobre la tarima. 

Así que, optimistas vocacionales del mundo: si algún día percibís un descenso masivo de la fe en el ser humano, luchad. Haced ver al resto su error. Nada de dejar que la buena gente acabe colgando boca abajo de un árbol seco.

 La Cinquième Saison

28/10/12

SEMINCI Recap Parte 1: De jóvenes y viejos (o de cómo nos enfrentamos a la verdad)


Quizá habría sido inteligente por mi parte ver menos y escribir más, pero no me arrepiento del autoimpuesto ritmo espartano de visionado de pelis, proyecciones a las nueve de la mañana, coloquios y tiempos muertos incluidos. Sólo así he sido capaz de percibir los invisibles hilos conductores entre varias de las películas a concurso, hilos que también tejen las conversaciones y los hechos de mi propia vida (de la de todos nosotros). El único requisito era estar allí, presenciar la desenvoltura de esas fibras esenciales en cada sesión e identificarlas, sentirlas y amarlas o rechazarlas violentamente.

Asumir el desafío ha implicado sufrir severas alteraciones de ánimo unas cuatro o cinco veces al día, toparse con cinéfilos encantadores para intercambiar opiniones y escuchar las de clases enteras de adolescentes arrastrados al cine por sus abnegados profes. También ha servido para aprender que las sesiones matinales resultan increíbles para apreciar cualquier película, como si al empezar la jornada fuéramos tablas rasas aún por cincelar. Así que, sí, me he permitido disfrutar del festival al máximo y ahora, con el corazón algo menos revolucionado, paso a haceros un pequeño recuento de mis impresiones generales en tres cómodos plazos.

La primera de las grandes tramas aglutinadoras de la Seminci ha sido la aceptación de dos de las cosas más chungas de la vida: la madurez y la muerte. Está bastante claro que nuestra sociedad capitalista neoliberal tiene graves problemas para encarar estos estadios naturales de la existencia humana y varias de las películas proyectadas a lo largo de esta semana lo ejemplifican con historias que van de lo desolador a lo... erm, un pelín menos desolador.

Es curioso como de las pretendidamente duras (como las extraordinarias La Lapidation de Saint Étienne o Arrugas), salía una sobrecogida pero extrañamente reconfortada, y de las que se vendían como el caramelo indie del festival (estoy hablando, por supuesto, de Liberal Arts, de Josh Radnor), absolutamente hundida y cabizbaja. Me explicaré.   

La Lapidation de Saint Étienne es una producción franco-catalana (detrás de la cual se encuentra el excepcional Lluís Miñarro, productor y director decididamente único en España) que cuenta la historia de Étienne, un anciano que escoge dar la espalda a la vida y encerrarse en su casa junto a los recuerdos de sus seres queridos muertos. Radiografías, muestras orgánicas, vestidos antiguos, pilas de libros, archivos y muebles polvorientos rodean la existencia de este fantasma viviente, cuyas inevitables necesidades biológicas conforman la única y obligada conexión con el mundo real: salir a hacer la compra para comer y cambiar la bolsita hermética que recoge sus deposiciones directamente desde el intestino.

Lo sé: "precioso, oiga". Pero superado el pavor hacia lo escatológico y lo viejuno, el mensaje que se nos revela es esclarecedor: frente a la hipocresía de los vecinos y la familia, que le recomienda irse a vivir (a morir, se entiende) confortablemente en una residencia, Étienne abraza el dolor, lo cuida y lo alimenta. La Lapidation no conseguiría expresar la magnitud del tormento sin su estremecedora banda sonora, que remite tanto a la música de iglesia como al The Caretaker más espectral.

La Lapidation de Saint Étienne

Cambiando totalmente de tercio, Liberal Arts se presenta como la típica "peli alternativa gringa" (la definición no es mía), con el prota de Como Conocí a Vuestra Madre como director, guionista y actor principal y una canción de Hey Willpower! en los créditos musicales, para que os hagáis una idea. Se trata de una historia entretenida y en principio inofensiva que, por debajo de su suave apariencia, lleva telita para cortar. Orientador universitario treintañero con ligero síndrome de Peter Pan se enamora de estudiante de arte dramático adolescente "avanzada" para su edad mientras uno de los profesores de la facultad, amigo de ambos, experimenta una jubilación traumática. Muchas risas, diálogos brillantes y personajes espléndidamente construidos (inolvidables las actuaciones de Elizabeth Olsen -de los Mary-Kate y Ashley Olsen de toda la vida- como Zibby y Zac Efron -de los High School Musical de toda la vida- como Nat, el sabio neo-hippie) para que, al final, Jesse/Ted Mosby/Josh Radnor se equivoque de medio a medio.

[Atención, spoiler] Jesse decide olvidarse de amoríos inapropiados y emprende un camino hacia la madurez que le lleva a distanciarse de Zibby para establecer una relación tranquila y correcta con la bibliotecaria de su barrio. ¿Eso es crecer? Que me aspen. 

"Vivir es ir doblando las banderas", escribió Luis García Montero. Claudicar, rendirse, o como queráis llamarlo. Pero hay otra lectura. Además de aceptar las reglas del juego, crecer es entender la verdad de cada uno, ya sea lastimosa -como en Abel, el experimento visual del mexicano Diego Luna-, sorprendente -como en Electrick Children (admirables la franqueza y la ternura que desprenden las interpretaciones de Julia Garner y Rory Culkin)- o luminosa, como la que Zibby le presta a Jesse. Y entonces cambiarla o no, según convenga.

 Cartel de Electrick Children

Por supuesto, la realidad se va complicando a medida que crecemos. Que se lo digan a los 35 niños protagonistas del deliciosísimo documental I Am Eleven, de la joven directora australiana Geneviève Bailey. Según confiesa en una charla posterior al pase de la película, se le ocurrió la idea de hacer algo optimista y alegre en un momento de depresión y, tomando como referencia la época más feliz y despreocupada de su vida, concluyó que filmaría a niños de once años en diferentes rincones de todo el mundo para que expresaran su visión de las cosas. El resultado es una experiencia refrescante y muy, muy necesaria en estos tiempos de desdén absoluto hacia la candidez (y hacia la infancia en general).

Al final de I Am Eleven, Bailey vuelve a visitar a algunos de los protagonistas para ver cómo les va en plena edad del pavo y la audiencia pudo comprobar que "parecían más desorientados y confundidos", según comentó después la directora. Casi tristes, yo añadiría. 

Si el universo adulto sucks, es porque la mayoría de los que formamos parte de él no somos honestos con nosotros mismos. Tenemos miedo, y trasladarlo a las generaciones venideras no sólo es contraproducente (véase Els Nens Salvatges) sino ridículo. El danés Bo Mikkelsen se llevó la Mención Especial del Jurado por demostrarlo con su corto de suspense Taboo. El truco está en ser un poco friki de la sinceridad: la verdad sobre nosotros mismos normalmente grita tan fuerte que es suficiente con no mirar para otro lado.