31/1/09

De prendedores, sillas y cabezas cortadas

Ésta es la razón por la cual me dejé llevar por el impulso de comprar un broche que unos han calificado como "muy raro" y otros, directamente, como "muy feo":

Es algo hermoso esto de la autosatisfacción, la falta de preocupaciones, estos días llevaderos, a ras de tierra, en los que no se atreven a gritar ni el dolor ni el placer, donde todo no hace sino susurrar y andar de puntillas. Ahora bien, conmigo se da el caso, por desgracia, de que yo no soporto con facilidad precisamente esta semisatisfacción, que al poco tiempo me resulta intolerablemente odiosa y repugnante, y tengo que refugiarme desesperado en otras temperaturas, a ser posible por la senda de los placeres y también por necesidad por el camino de los dolores. Cuando he estado una temporada sin placer y sin dolor y he respirado la tibia e insípida soportabilidad de los llamados días buenos, entonces se llena mi alma infantil de un sentimiento tan doloroso y de miseria, que al dormecino dios de la semisatisfacción le tiraría a la cara satisfecha la mohosa lira de la gratitud, y más me gusta sentir dentro de mí arder un dolor verdadero y endemoniado que esta confortable temperatura de estufa. Entonces se inflama en mi interior un fiero afán de sensaciones, de impresiones fuertes, una rabia de esta vida degradada, superficial, esterilizada y sujeta a normas, un deseo frenético de hacer polvo alguna cosa, por ejemplo, unos grandes almacenes o una catedral, o a mí mismo, de cometer temerarias idioteces, de arrancar la peluca a un par de ídolos generalmente respetados, de equipar a un par de muchachos rebeldes con el soñado billete para Hamburgo, de seducir a una jovencita o retorcer el pescuezo a varios representantes del orden social burgués. Porque esto es lo que yo más odiaba, detestaba y maldecía principalmente en mi fuero interno: esta autosatisfacción, esta salud y comodidad, este cuidado optimismo del burgués, esta bien alimentada y próspera disciplina de todo lo mediocre, normal y corriente.

Realmente, no he podido encontrar una definición mejor de lo que recorría mi mente al adquirir este objeto.

Patricia López 'Caballomán cazado'

"El feísmo por el feísmo", me acusaban. Y yo recordaba las sillas gigantes del hospital Río Hortega, que tampoco le gustan a nadie. "¿Qué es eso?".

Levanto la vista y veo a una señora con abrigo de visón, paseando complacida al lado de pedestales de piedra con cabezas de poetas hace siglos muertos puestas encima. Desde luego, eso es mucho más bonito que un amasijo de hierros simulando un montón de descomunales sillas patas arriba. Además, es probable que a los usuarios del hospital, en su mayoría ancianos, les desagrade una presencia inútil y poco estética como ésa. La excitación, el entusiasmo y el juego no han lugar aquí...



Pretender que la gente entienda lo que pienso a través de un broche barato y feo sería una insensatez por mi parte, pero que lo sientan (que lo vean, que lo intuyan). El día que la señora del visón lleve uno de ésos, espero haber pasado a otra cosa, aunque ambas seguiremos yendo a la tienda, paseando por el mismo Campo Grande.

Estamos... dentro.