21/10/12

Fondo y forma


Me llevé puesta mi habitual melancolía alegre a la tarde inaugural de la Seminci. Una línea de flotación muy adecuada para tiempos de mierda, llevo pensando unos días, y con este ánimo de sombría y sólida esperanza acudo al teatro Calderón de Valladolid, donde ya desde la Bajada de la Libertad se escuchan cánticos y abucheos que preludian la entrada en escena del ministro Wert.

Patricia López 'De Gala'

Una chica me tiende una pancarta hecha a mano que dice 'Servicios públicos universales' y 'Persecución del fraude fiscal' al reverso. Acepto la oferta y me da las gracias, seria y enérgica, después de ser rechazada por varios ciudadanos que no desean problemas con la autoridad uniformada que nos vigila desde el amplio cordón policial. Sonrío a todos los polis que se cruzan con mi mirada menos a un tipo inquietante, vestido como en una versión barata de Matrix que echa bastante p'atrás. Supongo que ésa es la intención.

De camino a los cines Manhattan para ver Cuento de Hadas para Dormir Cocodrilos, me topo con una ciudad transformada: oleadas de gafapastismo, gente conversando despreocupadamente ¡en varios idiomas! Ah, cuánto necesitábamos este cambio de atmósfera, aunque sea pasajero.

La peli mexicana resulta una especie de remake cinematográfico de Cien Años de Soledad, con la tragedia generacional cíclica impresa en los genes de una familia que tiene su particular Macondo y sus leyendas protohistóricas que marcan para siempre el carácter de la estirpe. Hasta un Arcadio se les ha colado en el guión. Solo que éste no es un Arcadio Buendía, sino un Arcadio Arcángel.


Realismo mágico bienintencionado aunque ciertamente un poco cutre. Sólo así se explican los ruiditos contrariados que emitían de vez en cuando las tres señoras progres sentadas a mi lado. Curiosamente, el poso que Cuento de Hadas... (el título suena totalmente a bravuconada del director) dejó en mí fue mucho más duradero y profundo que la siguiente peli de la noche, Carmina o Revienta, más efectista aunque con pretensiones igualmente nobles.


Cuestión de fondo y forma: una se esfuerza en retratar el drama universal humano derivado de la incapacidad de romper con las maldiciones del pasado -a.k.a. nuestras propias limitaciones como especie y como individuos- con mucha ambición pero escasos medios, y la otra reivindica a golpe de guitarra eléctrica y estética pop que las madres -pasadas, presentes y futuras- molan muchísimo y son las que evitan silenciosamente que el mundo se vaya al garete todos los días. Para ello, Paco León echa mano de toda su familia y de un guión que parte, muy inteligentemente, de los lugares comunes de la realidad andaluza para elaborar un fresco divertido y amable, pero que el espectador domina más allá de la pantalla. 

Se queda corta, pues, la historia en calado, pero Carmina o Revienta es una película previsora y se hace cargo de esta circunstancia en un par de pinceladas finales. "La vida es tan bonita, que parece de verdad", le dice el personaje de Antonio León a una cabra (sí, sí). Una ocurrente forma de enunciar lo de siempre: que la realidad supera con creces la ficción. Preguntad a vuestras madres.    

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